20 de junio de 2011

Wafa Dabbou: «Al principio me sentía como hecha de aire»

Una líder natural. A esta amazig de Manlleu nadie le impone nada. Ni las ideas, ni el pañuelo, ni los sueños.

Wafa Dabbou (Nador, 1979) es una mujer lúcida, con una mirada propia, una voluntad de acero y un talento natural para la mediación. Su abuelo se sentiría orgulloso de ella.



 –A su abuelo le debemos un respeto.
 –Franco lo reclutó en Nador para formar parte de la temida guardia mora. Llamaron a su puerta y le dijeron que iba a luchar contra los enemigos de Dios. Sin más explicaciones. Cuando llegó a Catalunya, supo que no podía matar sin saber el porqué. Decidió hacerse el loco. Comió jabón, lo llevaron al hospital y allí un médico le dijo: «Sé que no estás loco, pero certificaré que lo estás».

 –La historia la llenará de orgullo. 
  –Mucho. Por otra parte, soy nieta e hija de maestros. Crecí en un hogar en el que la educación era algo indiscutible. Al acabar el bachillerato, quería ir a la universidad. Pero me casé con mi primo, que trabajaba en la construcción en Manlleu.

 –¿Se enamoró?
 –Era una persona a la que podía llegar a querer. Me daba tranquilidad. En los acuerdos matrimoniales se incluyó una cláusula según la cual yo podría seguir mis estudios en España y él, que no acabó la primaria, estuvo absolutamente de acuerdo.

 –Y se vino para Catalunya.
 –Recién casada. Tenía 18 años y era la primera vez que me separaba de mi familia. El castellano no me era extraño, porque en Nador se captaban las señales de Tele 5 y de Canal Sur. Pero aquí todo el mundo hablaba catalán... Mi marido incluso pensó en enviarme a estudiar a Bélgica, donde vivía un hermano suyo.
 –Usted no aceptó.
 –Lo mínimo que podía hacer ante esa demostración de sacrificio era quedarme a su lado e intentar conocerle más. Pero no sabía nada de Catalunya.
No conocía a nadie. Nadie me conocía a mí. Al principio me sentía como hecha de aire. No quería salir de casa. Tenía miedo. Y no podía explicar a nadie lo que me pasaba.

 –En Manlleu debía de haber más mujeres marroquís...
 –No suelen ir explicando qué sienten, pese a que muchas están destrozadas. Hablan de los hijos, del día a día, pero se niegan a reconocer su malestar. Y yo no me identificaba con las mujeres que solo querían ser buenas esposas y madres. Estudiar les parecía una pérdida de tiempo. Era mejor invertirlo en cocinar.

  –Vivía una especie de doble exilio.
  –No podía hablar con unos ni con otros. Hasta que empecé a ir a clases de catalán. Entonces, no iba ningún otro marroquí. En invierno, volvía a casa a las 9 de la noche, corriendo, porque no había nadie en la calle. Pero tuve la suerte de encontrar a una profesora que amaba la lengua y me la hizo amar a mí. Y gracias a ella vi que yo no era tan rara. Eso es algo que deberían de saber los servicios sociales...

 –¿Qué exactamente?
 –Que no somos gente que no sabe nada, a la que le puedes hacer un lavado de cerebro y meterle unas ideas que consideras que son las buenas y correctas.

  –¿No está muy de acuerdo con la fórmula de integración?
  –La composición de la sociedad está cambiando. Y hay que aceptarlo, pese a que aún hay quien cree que llegará el día en que los de fuera se marcharán. Los mayores podemos perdonarlo todo, pero a los niños nacidos aquí les siguen preguntando: «¿De dónde eres?» Eso es especialmente perjudicial para los jóvenes, que en casa no se identifican con los padres, y fuera, ven cuestionada su identidad; y no tienen recursos suficientes para explicar su malestar.

 –Sigamos con su historia.
 –A los tres años me defendía bien en catalán. Observé dónde vivía, cómo pensaba la gente, con qué se rían, qué había pasado para que fueran como son. Hice un esfuerzo para amar. Y nació mi hijo, Soufian, con un síndrome que le produjo malformaciones en las extremidades. Hasta los 8 años necesitó de muchas operaciones. Estando en el hospital, a menudo me pedían que hiciera mediación.

 –Y resultó ser tan buena que el Ayuntamiento de Vic le ofreció una plaza.
 –Sí. Junto a una chica china, una autóctona y otra de origen marroquí, hicimos cuanto pudimos. En salud mental, en escuelas, en casos de malos tratos. Con el tiempo fuimos tejiendo confianza donde no la había. Sin embargo, el pasado verano el ayuntamiento decidió hacer recortes.

  –El ayuntamiento perdió a una líder natural.
  –Quiero trabajar para que haya un cambio. Estoy acabando el grado superior en Integración Social y colaboro con las mares enllaç de la escuela Escorial de Vic. Y sueño con que nuestros hijos puedan
llegar a ser buenos musulmanes catalanes.


Delegada de la igualdad y la mujer
SIEMENS, S.A. Oficina Regional Barcelona
Lluis Muntadas, 5
Cornella de Llobregat (Barcelona)

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