28 de agosto de 2011

El 'tatu' de Elena Valenciano

Hija de la burguesía, la nueva mujer fuerte del PSOE ya trabajaba de telefonista en el partido con apenas 17 años. Se define como feminista y dice tener «gran capacidad de interlocución»

Elena Valenciano (Madrid, 1960), a la que Alfredo Pérez Rubalcaba nombró número dos el lunes pasado, se ha pasado toda la semana con el extintor en alto, intentado apagar los fuegos que la reforma exprés y antidéficit de la Constitución ha provocado en el ala roja del PSOE y en el giro social que proclama la candidatura que ella vicepreside. Desde que fue proclamada en junio directora de campaña, Valenciano se ha erigido en uno de los rostros femeninos -«y feministas»- del cambio de guardia que vive el partido. Tanto es así que incluso la mariposa que lleva tatuada en el hombro izquierdo se ha convertido estos días en el trending topic de las páginas de sociedad y en la diana de los confidenciales que han convertido el tatuaje en la prueba de cargo de que sus «valores» son, atención, «patateros, chulescos y esotéricos».



Valenciano, con estudios en Derecho y Ciencias Políticas, se echa a reír cuando se le pregunta si ese paso al frente en femenino responde a la lógica de los tiempos o a que el PSOE ha tomado la vía islandesa (ya saben, cuando el país se hundía las mujeres entraron in extremis y en tromba a intentar arreglarlo). «Son un poco las circunstancias ¿aseguraba el viernes por la mañana¿ y la confianza de Zapatero, Blanco y Rubalcaba. Pero hay una cosa que no se dice nunca, y es que llevo muchísimos años en el PSOE y tengo una gran capacidad de interlocución entre gente de diferentes edades y tendencias, porque nunca he estado en ninguna de las familias del partido».

Padre «liberal» y de UCD
La prueba de que ha pasado por «todos los eslabones» del PSOE: a los 17 años, explica, empezó a estudiar Derecho y a trabajar de telefonista en la centralita del PSOE. «Allí me tiré dos años, encerrada en un cuartito de dos metros por uno. Era de las pocas que hablaba inglés y francés».

Y eso que el socialismo no venía incluido en su linaje «burgués». Tres años antes de confinarse al cubículo teléfonico, la hoy dirigente llegó un día a su casa y se descolgó con que se había apuntado a las Juventudes Socialistas. A su madre, la señora María Elena Martínez-Orozco, casi le dio un vahído. «Le pareció horrible tener a una hija marxista, aunque luego todo se ha normalizado y somos una familia bastante plural. Incluso mis tías, que son más de derechas que el ABC, me dicen: 'Ay nena, te he escuchado en la tele y no estoy de acuerdo con lo que dices, pero qué bien hablas'».

De su madre, dice que aprendió la dialéctica -«hemos discutido desde que era pequeña»- y la sensibilidad con la gente que sufre. El padre, Luis Valenciano Clavel -científico y subsecretario de Salud con la UCD cuando estalló el escándalo de la colza- «es un hombre muy, muy liberal» y le «habría parecido un horror» que sus tres hijas tomaran el camino de algunas vecinas cuyo proyecto consistía en «casarse con tíos de pasta». Como un mantra, les repetía que debían ser «libres y autónomas».

En su particular epifanía feminista y socialista, el Liceo francés hizo el resto. Allí estudiaban hijos de exiliados y allí también supo de la revolución francesa, los movimientos obreros de finales del siglo XIX y del Mayo del 68. En aquellas clases, asegura, lo descubrió todo a la vez: política, libertad, reflexión, literatura, sexo. Y lo que no descubrió allí -donde conoció a Antonio Vega y Nacho García Vega de Nacha Pop- lo hizo luego en la facultad y en las noches de la movida en el Penta y el Rock-Ola.

Ya no quedaban más que ruinas de aquellos años de hombreras y pelos crepados cuando Josep Borrell, en 1999, la convenció para dar el salto al Parlamento Europeo. Y fue allí, en Bruselas, donde acabó por descubrir que, a veces, para una madre, vida y política suponen una batalla de esgrima. Su hija, que hoy tiene 23 años, pasaba por una adolescencia «terrorífica». Y su hijo apenas tenía 3 años. «Perdía aviones, los niños se ponían malos. Mamá, nunca estás, me decían. Mamá, por favor, ven-, repetían. Aquello fue un desgarro, un sufrimiento. Suerte que mi marido [el arquitecto Javier Udaeta] es un padre-madre y me ayudó muchísimo, pero estuve a punto de dejarlo. Ahora no sé si lo volvería a hacer».
Los pies en el suelo
La política, asegura Elena, es como «la refrigeración en el Congreso: aún está hecha a medida de la corbata, la chaqueta y la temperatura masculina». Sin embargo, poco a poco, esos tics van cambiando. Dos cosas que, según ella, aportan las mujeres. Una: «Nosotras, por ejemplo, tenemos los pies en el suelo. A veces estás enfrascada en las grandes discusiones estratégicas del PSOE y luego te vas a casa, abres la nevera, no hay leche y los niños deben desayunar. Y una cosa es tan importante como la otra. Yo creo que esta relación con la realidad civil es muy buena para la política». Y dos: «Nosotras no tenemos cultura de poder, con lo que nos aproximamos a la política de forma diferente. Creo que ponemos por delante la conciencia de grupo».
Epílogo para curiosos: la culpa del tatuaje no la tuvo la movida, sino su hija, Nathalie. Cuando cumplió 16 años, quiso hacerse uno. Y la acompañó «para comprobar que el sitio fuera higiénico». Además de limpieza vio una mariposa y le gustó. «Yo para el dolor soy tremenda, así que pregunté dónde dolía menos. 'En el hombro', me dijeron. Y me lo hice. Así, para hacerlo con ella y pasados ya los 40»

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