28 de diciembre de 2011

El diablo es ella


No importa que Naama solo tenga ocho años y que poco sepa de prostitutas o, menos aún, de provocación. Su falda a media pierna y sus coletas descubiertas resultaron demasiado ofensivas para el judío ultraortodoxo que se le cruzó de camino a la escuela. El israelí le escupió y le gritó «prostituta provocativa». Aún tuvo suerte y el fanático se conformó con la agresión verbal. Otros fieles a la norma haredí han preferido imponer su ley a golpes o arrojando ácido al rostro. En este mundo donde la ciencia ha avanzado hasta conocer cada rincón de nuestro interior, donde la tecnología nos permite compartir al instante imágenes, música y reflexiones con congéneres de todos los rincones, la mujer sigue siendo para numerosas comunidades la fuente de la impureza, el pecado y la maldad. Juicio absurdo, perverso e incongruente, más aún cuando todos esos hombres que chillan, gesticulan y se escandalizan han venido al mundo gracias a la condescendencia de una mujer. Misóginos que buscan coartadas en los diferentes libros sagrados y que, demasiado a menudo, reciben el beneplácito de las autoridades religiosas. Cuando no en la propia violencia, sí en situar a la mujer en un escalón inferior al hombre y, por tanto, sujeta a su obediencia y bienestar. En el germen de esta subordinación, por mínima que sea, está el caldo de cultivo de la violencia machista, los abusos y la desigualdad.


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