22 de febrero de 2012

Marie Colvin, una vida entera de testimonio de los "horrores de la guerra"


La periodista estadounidense Marie Colvin, muerta en un bombardeo en la asediada ciudad siria de Homs, había esquivado varias veces la muerte durante sus reportajes de guerra, en uno de los cuales perdió un ojo, que tapaba con un parche negro.

Nacida en Estados Unidos pero basada en Londres, esta elegante rubia de 56 años había cubierto en 30 años de carrera los más sangrientos conflictos, así como las recientes revoluciones de la Primavera Árabe en Túnez, Egipto y Libia.

En su último reportaje en la ciudad rebelde de Homs, enviado horas antes de morir junto al fotógrafo francés Rémi Ochlik, había descrito la muerte de un niño herido por la explosión de un obús.

"Hoy he visto morir a un bebé. Absolutamente terrible", contó Marie Colvin, por teléfono a la televisión BBC.

La norteamericana inició su carrera en 1984 en París como jefa de la agencia de prensa United Press International, antes de sumarse al Sunday Times como corresponsal en Medio Oriente en 1986.

Este miércoles, los homenajes a su valentía eran unánimes.

"Durante su carrera, asumió riesgos para conseguir sus objetivos, incluso al precio de una grave herida en Sri Lanka", donde perdió un ojo en un ataque con granadas en 2001, destacó el redactor jefe del Sunday Times, John Witherow, quien expresó su "enorme conmoción" por la desaparición de la periodista.

"Ella creía que cubrir un conflicto podía reducir los excesos de los regímenes brutales, al atraer la atención de la comunidad internacional", explicó. "Nada parecía disuadirla. Era más que una corresponsal de guerra. Era una mujer con una enorme alegría vital, llena de humor, rodeada de amigos que siempre temieron las consecuencias de su valentía".

Para Rupert Murdoch, propietario del Sunday Times, Marie Colvin "arriesgó varias veces su vida porque estaba decidida a mostrar la maldad de los tiranos y el sufrimiento de las víctimas".

"Su herida en el ojo no le impidió viajar a misiones aún más peligrosas", añadió.

En la St Bride's de Londres, llamada la iglesia de los periodistas, ya había este miércoles fotos y un mensaje de homenaje a Marie Colvin y Rémi Ochlik. Habían sido colocados junto a la fotografía de otro periodista que murió ejerciendo su labor, Daniel Pearl, del Wall Street Journal, fallecido en Pakistán en 2002.

En noviembre de 2010, Marie Colvin había tomado la palabra en St Bride's para explicar que era perfectamente consciente de los riesgos que asumía.

"Nuestra misión es informar sobre los horrores de la guerra con exactitud y sin prejuicios", había afirmado. "Siempre debemos interrogarnos si el reportaje merece asumir tanto riesgo. ¿Qué es valentía y qué es bravuconería?", se preguntó.

"Nunca ha sido tan peligroso ser corresponsal de guerra, porque el periodista en zonas de combate se ha convertido en un blanco principal", había subrayado.

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Era fácil reconocer a Marie Colvin: su figura delgada, el parche negro que tapaba su ojo izquierdo, su cabello rubio recogido en una coleta. Fue una de las corresponsales de guerra que cubrimos la toma de Trípoli por las fuerzas rebeldes en agosto pasado. Porque la conquista de Trípoli fue narrada eminentemente por mujeres como ella: valientes y comprometidas. Verla allí infundía respeto y devoción por esta profesión que compartimos.

Como ejemplifica la carrera profesional de Colvin, el reporterismo con nombre de mujer no es nada nuevo. Pero la guerra de Libia sirvió para que se reconociera la labor de periodistas como ella. Porque siempre son los hombres los que se llevan los honores.

Llevaba más de 20 años en la profesión y había sido reconocida con prestigiosos premios internacionales. Corresponsal del 'Sunday Times', ha cubierto la mayoría de los conflictos de Oriente Próximo y también trabajó en Timor Oriental, Chechenia, Kosovo y Sri Lanka. Fue en la guerra civil de este país donde, en 2001, perdió su ojo izquierdo al ser herida con metralla durante una emboscada. Desde entonces, llevaba su característico parche que la distinguía como una corsaria de la información. "Vale la pena", aseguró tras perder su ojo.

Esa era su filosofía. Tenía una fe ciega en que la humanidad valoraba su trabajo. "Nuestra misión es informar sobre el horror de la guerra con precisión y sin prejuicios", afirmaría en un homenaje a los periodistas muertos en los conflictos armados. Decía que pese al peligro, seguía cubriendo las guerras porque la opinión pública tenía "el derecho a saber lo que nuestros gobiernos, nuestras fuerzas armadas, hacen en nuestro nombre". O dejan de hacer.
En el amor y en la guerra

Periodista en el amor y en la guerra, Colvin estuvo casada con Juan Carlos Gumucio, corresponsal de 'El Pais' en Beirut durante la guerra civil libanesa y que se suicidó en Bolivia en febrero de 2002 "porque el mundo ya no le parecía un lugar amable, agradable o digno", contó su amigo, el veterano reportero Robert Fisk.

Colvin entregó su vida a hacer que este mundo fuera más digno y más amable para los que sufren. El año pasado, Colvin dedicó su trabajo a cubrir el conflicto armado en Libia. Una revolución que comenzó de forma pacífica y que fue transformándose en una guerra civil.

Entre abril y junio estuvo en la asediada Misrata. En agosto compartimos trabajo y hotel -el Corinthia- durante la toma de Trípoli. Volvimos a coincidir después cuando los rebeldes capturaron a Gadafi, en octubre. Ella, que lo entrevistó en 1986, recalcaba en sus crónicas que era un 'showman' y recordaba cómo era su complejo de Bab al Aziziya en su máximo esplendor cuando lo visitó tras ser arrasado por las fuerzas rebeldes.

Ha perdido la vida informando sobre otra revolución que comenzó pacífica y se tornó violenta. Mostró el brutal rostro de las atrocidades del régimen de Bashar Asad. Fue fiel a su filosofía de dar a conocer el horror que sufren las víctimas hasta el final. Nos deja su ejemplo. "Merece la pena".

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