2 de octubre de 2012

La ciencia es (aún) cosa de hombres



Machismo desde las aulas universitarias hasta los laboratorios científicos. Con las mismas competencias y habilidades sobre el papel, los profesores de biología, física y química de las universidades estadounidenses consideran menos capacitadas a las estudiantes que a sus compañeros varones. La discriminación se produce ya desde ese punto. Y así lo ha demostrado un estudio de la Universidad de Yale publicado en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencia (Estados Unidos). Sea consciente o no —como matiza el informe—, el sexismo va más allá del tradicional pensamiento de que el lastre para que las mujeres escalen en ciencia (y en general) es la compatibilización de su vida personal y su carrera. Hay otro machismo que muchos pensaban ya superado: ese que considera a la mujer directamente menos capaz. Y hombres y mujeres, en eso sí que hay igualdad, caen en él.

El 35% de los científicos o ingenieros que trabajan en Estados Unidos son mujeres. Porcentaje desigual, que pasa a se escandaloso si se observa que en aquél país solo el 2,4% de los puestos de dirección en esos campos están ocupados por mujeres, según datos de la Fundación Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Una amplia brecha en la que los investigadores de Yale querían ahondar. ¿Es esa disparidad fruto de la falta de interés o de elección de estas profesiones por parte de las mujeres? ¿Se gesta desde la universidad? ¿Se infla después, tras la licenciatura? ¿Engorda por la (in)existencia de ayudas de las empresas u organismos?


Para responder a estas cuestiones, los investigadores enviaron a 127 profesores de seis universidades públicas y privadas de EE UU la candidatura para el puesto de jefe de laboratorio de un recién graduado. El objetivo era que lo evaluaran y dieran su opinión sobre sus competencias, sus posibilidades de empleo y el sueldo que, a su juicio merecía. En la mitad de los casos, los investigadores llamaron John al candidato, y en la otra mitad, Jennifer. Solo cambiaba el nombre, el resto —cartas de recomendación, nota media, actividades extracurriculares o experiencia previa— de claves eran idénticas. Las calificaciones de los profesores-jueces, sin embargo, no lo fueron.

Tristemente, las calificaciones que otorgaron a las competencias y habilidades de la candidata fueron mucho más bajas: en una escala del 1 al 7 John obtuvo una media de 4, mientras que Jennifer fue evaluada, de media, con un 3,3. Una pauta que se repitió con las opciones de empleo o las posibilidades de tutelar a la recién graduada en un futuro doctorado. Por no hablar del sueldo que profesores y profesoras propusieron para los candidatos: 30.328 dólares al año como salario base para John y 26.508 para Jennifer.

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