10 de marzo de 2013

La mujer y el cónclave



ANDRÉS CEPADAS La circunstancia, querida Laila, de que los prolegómenos del cónclave y la celebración del mismo se produzcan justo en los días en que, en el ámbito mundial, se reflexiona sobre los derechos de la mujer, hace que destaque mucho la inflexible y trasnochada posición de la jerarquía católica sobre este asunto. Puede que a ti personalmente te importe poco, o más bien nada, lo que de este tema piense y decida el gerontocrático y masculino colegio cardenalicio. Sin embargo, querida, el espacio de lo sagrado y su gestión todavía afecta a una gran parte de la humanidad e influye, de forma muy importante, en decisiones políticas, sociales y culturales que atañen, generalmente de forma negativa, a millones de mujeres que buscan su emancipación. Las religiones monoteístas han relegado y despreciado históricamente a la mujer, que es vista incluso como una fuente del mal o del pecado, que ha de ser embridada y sometida a la voluntad del hombre. Las religiones son masculinas. "Como en todas las iglesias de los santos, las mujeres cállense en las asambleas, porque no les toca a ellas hablar, sino vivir sujetas a la ley", dice con rotundidad San Pablo. Son los hombres los que interpretan, deciden y gestionan lo sagrado. En los últimos tiempos, sin embargo, diversas confesiones cristianas han ido rompiendo este anacrónico tabú y han logrado, en algunos casos, la ordenación sacerdotal y episcopal de mujeres que se han incorporado, con mando en plaza, a la jerarquía de sus iglesias. A ello han contribuido muchos pensadores y pensadoras cristianos, que incluyen, en la reflexión de su fe y de sus creencias, el hecho de la emancipación de la mujer, que se viene a asentar en principios indiscutibles de equidad, justicia y en el valor inalienable de la persona humana, sea hombre o mujer. Pero la Iglesia católica, en esto como en algunos otros temas socialmente muy sensibles, se resiste como gato panza arriba y, desde su jerarquía, cierra sistemáticamente toda posibilidad de avance, al menos hasta el momento. La mujer católica, por lo tanto, está todavía muy lejos de ser alguien en su iglesia. Los paradigmas de la mujer en la Iglesia siguen siendo aquellas Marta y María, las amigas de Jesús. Una le hacía la colada y las labores de la casa con extraordinaria diligencia y la otra se dedicaba a la contemplación enamorada de su amo y señor.


Estos días, al menos por las contadas noticias que se filtran, parecen ser preocupaciones centrales de los señores cardenales las divisiones internas muy duras en la curia vaticana, la gestión de los casos de pederastia y la posible corrupción en la finanzas del Estado pontificio. Yo creo que en algunos de los miembros del sacro colegio tienen que inquietar otros muchos asuntos de la gestión de la Iglesia de más hondo calado. Pero, dada la tenaz opacidad e impermeabilidad informativa y de comunicación de la curia y de los cardenales, lo cierto es que lo que aparece en primerísimo plano son estos turbios asuntos y prácticamente no se habla, por ejemplo, de la incapacidad de la Iglesia católica para siquiera dialogar con la mitad de la humanidad: con las mujeres -cristianas, católicas, de otras religiones o laicas, no creyentes o no practicantes- que, con toda evidencia, están tomando la iniciativa y produciendo una auténtica revolución social, económica, política y cultural en el mundo y que, aunque no ha alcanzado todos sus objetivos, sí es ya irreversible para el próximo futuro de la humanidad.

De momento yo no veo esta preocupación en los cardenales. A ver si el Espíritu Santo hace algo. Aunque, querida, creo que de aquí poco se puede esperar si, como dicen, fue el que inspiró el mensaje machista del de Tarso.

Un beso.

Andrés

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