24 de junio de 2013

El feminismo español y la Transición


La aparición del movimiento feminista tras los cuarenta años de franquismo fue como un ciclón. Todo era necesario y todo se hizo al mismo tiempo. Se abre la esperanza de cambiar la vida y las mujeres se organizan para conseguirlo: grupos de barrio, de autoconciencia, en las empresas, en la universidad, de amas de casa… Había urgencia por destruir el modelo de feminidad que la dictadura franquista había impuesto. “Por eso los primeros años estuvieron particularmente marcados por la crítica sin matices a la maternidad y el matrimonio, a la familia y al modelo sexual. El objetivo era sacudir a una sociedad machista hasta el esperpento”, explica Justa Montero.

La excusa para empezar a trabajar antes de la muerte de Franco la encontraron las feministas en Naciones Unidas. Aprovechando que 1975 fue declarado por la ONU Año Internacional de la Mujer, desde mediados de 1974 se iniciaron reuniones y contactos que, escudándose en los actos organizados por el organismo internacional, sirvieron para presentar una alternativa feminista a los actos oficiales que el Gobierno y la Sección Femenina del Movimiento pretendían organizar presentándose como únicos interlocutores y representantes de los intereses de las mujeres.



La estrategia de los grupos fue elaborar un programa común feminista y democrático para 1975. Y además, quisieron presentarlo públicamente para romper el silencio impuesto. Todo se hizo como se hacían las cosas en aquellos años: semiclandestinas y con una tremenda complicidad social. La Plataforma de Organizaciones Feministas que, de forma natural, se había ido consolidando, organizó en febrero de 1975 una rueda de prensa en un pub en el centro de Madrid. Se invitó a los medios de comunicación que sabían que iban a“algo” y guardaron prudente silencio. A los dueños del local se les dijo que se iba a celebrar una pequeña fiesta, que vendrían periodistas y que dejaran la planta baja libre para disponer de un lugar reservado que no llamara la atención. En el pub también fueron discretos. Así se dio a conocer a la opinión pública el proyecto de actividades. La prensa difundió el acto y el programa profusa y muy favorablemente.


La Organización de las Naciones Unidas había hecho dos convocatorias para este Año Internacional de la Mujer. La Conferencia Mundial, –gubernamental–, que se celebró en México del 19 de junio al 2 de julio y el Congreso Mundial de Mujeres, dirigido a organizaciones no gubernamentales que tuvo lugar en Berlín oriental del 20 al 24 de octubre del mismo año.
El Congreso de Berlín estuvo coordinado por la Federación Democrática Internacional de Mujeres. Cuando el Movimiento Democrático de Mujeres recibió la invitación para que cinco españolas asistieran al congreso no tenían ni idea de lo cerca que estaba el fin de la dictadura ni tampoco de que probablemente fueran las primeras en celebrarlo… antes de tiempo. El Movimiento Democrático de Mujeres consideró que, por las características políticas de España y por la red de grupos feministas que se estaba tejiendo velozmente en ese año, cinco mujeres era un número muy pequeño. Así, se consiguió que entre la aportación de la Federación Internacional, la de la Junta Democrática, –organismo unitario de las fuerzas políticas de la oposición en ese momento–, y de la Federación de Mujeres Cubanas se pudiesen cubrir los gastos para una delegación de trece mujeres, a las que se unieron dos exiliadas. Era una Comisión plural y con dos denominadores comunes: la liberación de la mujer y el antifranquismo.

En Berlín se reunieron dos mil participantes de 140 países y de unas doscientas organizaciones. En medio del congreso, las radios y televisiones norteamericanas dieron la noticia de la muerte de Franco. Estupefacción y júbilo, así definen las delegadas lo que sintieron“lo que allí se organizó en pocos minutos es casi imposible de contar”. Hubo fiesta, corrieron el vino y el champán y se cantó hasta la madrugada. Cubanas, latinoamericanas, italianas, alemanas, celebraron y se alegraron. La fiesta terminó en las habitaciones del hotel. Al día siguiente, las noticias dieron otra versión: Franco estaba muy mal pero … no había muerto. La delegación se reunió para ver qué hacía. Hubo tensión. Al final, la decisión mayoritaria fue volver. Todas llegaron bien a Madrid sin imaginarse que aún quedaba un mes de incertidumbre por delante.


Lo que no se frenó fue la organización de las Jornadas. Cuando murió el dictador, nuevamente surgieron dudas pero finalmente se decidió celebrarlas aunque fuera en una situación de semiclandestinidad. A las religiosas del Colegio Montpellier se les dijo que, de acuerdo con la proclamación de las Naciones Unidas, se iba a celebrar una reunión de mujeres con motivo del Año Internacional de la Mujer. Las jornadas fueron posibles por todo el trabajo de coordinación de los grupos iniciado en otoño de 1974 y porque sus miembros tenían la convicción de que el feminismo tenía su razón de ser y su espacio social y político en la nueva etapa que se avecinaba. .

Así que tras interminables avatares, las Primeras Jornadas por la Liberación de la Mujer se celebraron en el Colegio Montpellier de Madrid entre el 6 y el 8 de diciembre de 1975. Las distintas tendencias dentro del feminismo, los temas que luego serían objeto de debates durante varios años… De todo se trató en estas primeras jornadas: educación, trabajo, leyes, familia, sexualidad, divorcio, anticoncepción, aborto… Fue realmente una explosión tras tantos años de dictadura sin haber podido debatir colectivamente. Estas jornadas tienen una importancia especial puesto que es la primera vez que se expone clara y explícitamente la necesidad de construir un movimiento de liberación amplio, unitario e independiente de los partidos políticos. Días después, el 15 de enero de 1976, se organizó la primera manifestación. El lema fue Mujer: lucha por tu liberación. Por fin, la calle era de las mujeres. Aunque terminó con cargas policiales.

La explosión de la Transición
Las feministas inician su camino trabajando por una sexualidad libre, contra la penalización del adulterio, por la legalización de los anticonceptivos, la exigencia de guarderías, de educación sexual, el derecho al divorcio, al trabajo asalariado o la amnistía para las más de 350 mujeres que permanecían en las cárceles condenadas por los llamados delitos específicos (adulterio, aborto, prostitución). Se redactan los proyectos de ley alternativos sobre el divorcio y sobre el aborto. Se ponen en marcha centros de mujeres donde, junto a actividades de denuncia y afirmación ideológica, se facilitan anticonceptivos que en aquel momento eran ilegales.

El año 1976 tuvo como eje central dos luchas que continuaron a lo largo de 1977: la amnistía y la despenalización del adulterio. Las pancartas decían: “Amnistía para los delitos específicos de la mujer”, “presas a la calle”, “anticoncepción, aborto, prostitución, adulterio no son delitos. Amnistía”.
Pero donde realmente se vio y se vivió la fuerza del feminismo español fue en las Jornadas organizadas en Barcelona entre los días 27 y 30 de marzo del 1976. En ellas se reunieron a unas tres mil personas con representaciones de grupos de mujeres de toda España. El avance desde las Jornadas de Madrid del año anterior era tanto numérico como de calado político. Pero igual en unas como en las otras había una idea compartida: la de que la lucha feminista tenían un claro contenido político y era parte de la lucha por una sociedad democrática. Por primera vez, en 1977, en la calle y de forma unitaria, se celebró el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

También en 1977, se lanzó la campaña por una sexualidad libre y con una triple reivindicación: educación sexual y creación de centros de orientación sexual, anticonceptivos libres y gratuitos y aborto legal. La campaña no cesó hasta que se consiguió la despenalización de los anticonceptivos en octubre de 1978 y lo mismo sucedió con las campañas por la abrogación del delito de adulterio que se conquistó en mayo de ese mismo año. Para las primeras elecciones democráticas de junio de 1977, la Plataforma elaboró un programa reivindicativo que hizo llegar a todos los partidos políticos.
En 1978 fueron legalizadas las organizaciones feministas que lo solicitaron y se consiguieron, para el movimiento, los locales de la antigua Sección Femenina. También fue suprimido el Servicio Social de las mujeres establecido por Franco en 1937.

Todo esto se hizo sin experiencia política previa. Tampoco había una sólida base teórica. Es a partir de 1975 cuando comienzan a llegar los primeros textos del feminismo europeo y norteamericano. Las feministas tenían que elaborar teoría, conseguir que se derogaran un largo listado de leyes, y hacer propuestas para la nueva legislación, reivindicar en la calle, abrir servicios, organizar su propio movimmovimiento, hacer los cambios y reajustes personales, tomar conciencia y expandirla… Una verdadera revolución.

Explica Justa Montero que además, protagonizar un cambio social de la envergadura del propuesto por el feminismo, enfrentado a resistencia explícitas e implícitas, requiere que se construyan nuevos códigos de referencia: “Y se va creando un nosotras. Un claro ejemplo de ello es el reiterado recurso a un “yo” afirmativo y desafiante: “Yo también soy adúltera”, “yo también he abortado”, “yo también tomo anticonceptivos”, “yo también soy lesbiana”. Así se consolida un movimiento dispuesto a ponerlo todo en cuestión”.

Un movimiento que hizo todo esto sin referencias. Expone Amelia Valcárcel que el feminismo español contemporáneo empieza a existir en los años setenta en medio de una gran desmemoria. No existía pasado. El franquismo lo había destruido. Las herederas de Concepción Arenal comenzaron a llenar las aulas universitarias sin saber que eran herederas de nadie. El primer momento del cambio no fue asertivo, sino negativo, había que abolir y derogar tantas leyes… Pero también hubo que inventarse un mundo nuevo. Las condiciones legales de las españolas hasta 1975, asegura Valcárcel, explican por qué había tantas abogadas en el feminismo de los primeros años.

Y estas circunstancias explican que el feminismo español sea especial, dicho esto a su favor. Es como es –serio, radical, político–, porque partió de aquella situación: “No nos tocó enfrentarnos a una misoginia travestida o vagarosa, sino a las prácticas civiles y penales del Estado y al conjunto de la moral corriente. (…) No es (el nuestro) un feminismo por lecturas, sino por vivencias. Primero vinieron la rabia y el coraje. Las lecturas vinieron después”, explica Amelia Valcárcel en su libro “Rebeldes hacia la paridad”.


De aquellos primeros años el movimiento feminista español guarda un recuerdo imborrable. Cada grupo, y fueron cientos los que se crearon en aquel periodo, tiene su propia historia, sus victorias, sus anécdotas. Cada militante se siente orgullosa de lo que entre todas consiguieron. Sin embargo, también hay una conciencia de que la historia oficial no ha hecho justicia. No se puede entender la Transición española sin conocer la militancia política de las mujeres, pero de la lectura de los relatos oficiales se desprende que ésta no existió. “A todos los grupos oprimidos se les roba la historia y la memoria”, afirma Rosa Cobo: “Lo que no tiene pasado no tiene legitimidad por lo tanto, no tiene capacidad de propuesta política”. Ésta es la razón fundamental por la que en los últimos años ha habido un incesante trabajo para dejar por escrito la historia del feminismo español.

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