Esta vez no desconfíen, por favor. Los periodistas tenemos fama de tener el colmillo retorcido, de sonreír aduladores para luego ametrallar sin compasión en cuanto nos dan la espalda. Y los panegíricos en los medios, cuando alguien muere, son casi un género en si mismos.
No es el caso de Concha García Campoy. En años de profesión, jamás escuché a nadie hablar mal de ella, criticar a sus espaldas su trabajo o extender sospechas sobre su persona. Concha ha sido -cómo me cuesta hablar en pasado- una de las grandes de la comunicación: con su dicción precisa y preciosa se hacía transparente frente a las cámaras o los micrófonos, que transmitían fielmente lo que ella era: una gran profesional, una gran periodista, una gran persona.
Tenía veintipocos años cuando, casi recién llegada de Ibiza, se coló en los hogares españoles a través del Telediario del mediodía que en 1985 presentó con Manuel Campo Vidal: la amistad y complicidad entre ambos ha perdurado hasta hoy. Concha se comía la pantalla, como luego se comió el micrófono de la SER cuando arrancó en 1988 A Vivir que son dos días, el programa de nombre imposible que sacudió las mañanas de los fines de semana, que hasta entonces olían a naftalina y a enlatado. Con Javier Rioyo y Lorenzo Díaz crearon, innovaron y conquistaron un territorio nuevo para la radio. La radio siempre fue su gran pasión: recuerdo cómo le brillaban y le sonreían los ojos cuando, 20 años después, me tocó a mí pilotar el A Vivir: "¡Cómo vas a disfrutarlo!", me auguraba (y qué razón tenía). Sabía ser maliciosa y juguetona cuando la ocasión era propicia: siempre fue una gran entrevistadora.
En la radio había dado sus primeros pasos profesionales, y tanto en la SER, como en RNE, Onda Cero o Punto Radio, Concha García Campoy dio cancha a su versatilidad como periodista navegando entre la información dura, las entrevistas -broncas o amables-, las tertulias y la tensión del directo. En Tele 5, con La Gran Ilusión y junto a Luis Alegre, supo destacar el talento y los valores del nuevo cine español, lejos de los clichés a los que siempre había estado asociado en la pequeña pantalla: su compromiso con el cine adquirió notas más personales cuando conoció a quien sería su último compañero, el productor Andrés Vicente Gómez, que ha vivido a su lado este año y medio terrible. Tocó otros palos: recuerdo su scoop en Babelia con la entrevista que le hizo en 1992 a Sofía de Grecia: "Es difícil hacerse con la realidad", le dijo entonces la reina.
Ya fuera bajo las luces de un plató de televisión, o en la penumbra de un estudio de radio, Concha era tan rigurosa y responsable en el fondo como elegante y calma en las formas. Respetuosa y cálida con sus colegas, sabía inyectar en su gente el entusiasmo con el que vivía su profesión. En el equipo del informativo matinal de Tele 5 -su último trabajo- todavía recuerdan con estupor el día en que les anunció que su cansancio de las últimas semanas -nadie lo había percibido- era consecuencia de la leucemia que acaban de diagnosticarle. Le hizo frente con fuerza y ánimo, pero esa historia, y el mazazo final, ya la conocen.
Recuerdo las palabras de Luis Mariñas cuando nos presentó, hace años: "La quiero como si fuera mía", dijo con ternura. Luego descubrí que no era el único: era inevitable acabar queriendo a Concha como algo tuyo. Yo, además, la admiraba: se ha ido una de las mejores.
No es el caso de Concha García Campoy. En años de profesión, jamás escuché a nadie hablar mal de ella, criticar a sus espaldas su trabajo o extender sospechas sobre su persona. Concha ha sido -cómo me cuesta hablar en pasado- una de las grandes de la comunicación: con su dicción precisa y preciosa se hacía transparente frente a las cámaras o los micrófonos, que transmitían fielmente lo que ella era: una gran profesional, una gran periodista, una gran persona.
Tenía veintipocos años cuando, casi recién llegada de Ibiza, se coló en los hogares españoles a través del Telediario del mediodía que en 1985 presentó con Manuel Campo Vidal: la amistad y complicidad entre ambos ha perdurado hasta hoy. Concha se comía la pantalla, como luego se comió el micrófono de la SER cuando arrancó en 1988 A Vivir que son dos días, el programa de nombre imposible que sacudió las mañanas de los fines de semana, que hasta entonces olían a naftalina y a enlatado. Con Javier Rioyo y Lorenzo Díaz crearon, innovaron y conquistaron un territorio nuevo para la radio. La radio siempre fue su gran pasión: recuerdo cómo le brillaban y le sonreían los ojos cuando, 20 años después, me tocó a mí pilotar el A Vivir: "¡Cómo vas a disfrutarlo!", me auguraba (y qué razón tenía). Sabía ser maliciosa y juguetona cuando la ocasión era propicia: siempre fue una gran entrevistadora.
En la radio había dado sus primeros pasos profesionales, y tanto en la SER, como en RNE, Onda Cero o Punto Radio, Concha García Campoy dio cancha a su versatilidad como periodista navegando entre la información dura, las entrevistas -broncas o amables-, las tertulias y la tensión del directo. En Tele 5, con La Gran Ilusión y junto a Luis Alegre, supo destacar el talento y los valores del nuevo cine español, lejos de los clichés a los que siempre había estado asociado en la pequeña pantalla: su compromiso con el cine adquirió notas más personales cuando conoció a quien sería su último compañero, el productor Andrés Vicente Gómez, que ha vivido a su lado este año y medio terrible. Tocó otros palos: recuerdo su scoop en Babelia con la entrevista que le hizo en 1992 a Sofía de Grecia: "Es difícil hacerse con la realidad", le dijo entonces la reina.
Ya fuera bajo las luces de un plató de televisión, o en la penumbra de un estudio de radio, Concha era tan rigurosa y responsable en el fondo como elegante y calma en las formas. Respetuosa y cálida con sus colegas, sabía inyectar en su gente el entusiasmo con el que vivía su profesión. En el equipo del informativo matinal de Tele 5 -su último trabajo- todavía recuerdan con estupor el día en que les anunció que su cansancio de las últimas semanas -nadie lo había percibido- era consecuencia de la leucemia que acaban de diagnosticarle. Le hizo frente con fuerza y ánimo, pero esa historia, y el mazazo final, ya la conocen.
Recuerdo las palabras de Luis Mariñas cuando nos presentó, hace años: "La quiero como si fuera mía", dijo con ternura. Luego descubrí que no era el único: era inevitable acabar queriendo a Concha como algo tuyo. Yo, además, la admiraba: se ha ido una de las mejores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario