EVA PERUGA
Más allá de su ideario político y su veneración por el mundo anglosajón, David Brooks reflexiona en voz alta y en su libro El animal social sobre formas y fórmulas que remiten, en muchas ocasiones, al universo femenino, denostado y desperdiciado por la política y la economía, donde el hombre es el rey.
En un intento de no sucumbir a este nuevo mundo de arenas movedizas, los políticos se acercan a sus escritos y palabras con el semblante aún perplejo ante frases como: «La gente aprende de la gente que ama». Una dinámica, según él, alejada del proceso político, al que también convendría alimentar con la demanda del articulista de The New York Times de contemplar la naturaleza humana con una visión en la que la razón y las emociones van de la mano como síntoma de progreso.
ALGUNAS personas lo llaman sensibilidad cuando quieren decir pluralidad y equidad, aunque el recurso a esos términos suene como de segunda categoría ante los asociados a la ortodoxia económica y política. Ni de lejos Brooks pretende hacer un alegato feminista, pero de la mayor presencia de concejalas, alcaldesas y presidentas de comunidades autonómas después de las elecciones del pasado domingo cabría esperar un cierto apego a la dimensión que el escritor da a ciertos valores y comportamientos.
Una perspectiva más humana y, por tanto, más ajustada a las necesidades ciudadanas. Y, en consecuencia, con más probabilidades de tener éxito. Muchas mujeres, las que las votaron y las que no, confían en las nuevas elegidas porque su triunfo es, precisamente, fruto de la lucha de numerosas mujeres. Y hombres. Algunas habrían llegado igual, pero el hecho demostrado es que la ley de igualdad ha sacado a muchas del ostracismo al que la sociedad con visión única las tenía acostumbradas. Por eso, parece casi imposible que las hijas de esta ley renieguen de ella, no solo de su existencia, sino de su efectividad. La ley de discriminación positiva que ha beneficiado a los hombres porque, seamos claros, no eran elegidos por su excelencia, sino por el hecho de ser hombres, forma parte del pasado.
Si a una política le ha ido bien sería propio de su vocación pensar y comprobar que no ha sido igual para otras mujeres. Debe proteger del partidismo y otras lides las leyes que dan libertad de acción y de decisión a las mujeres, en lugar de que alguien escoja y actúe por ellas. Sumergirse en las estadísticas para localizar la raíz sedienta que no deja crecer el árbol. Las legislaciones en materia de igualdad han beneficiado a todo el mundo en una coyuntura en la que tiene precio justificar la pérdida de talento.
Las nuevas alcaldesas, concejalas y presidentas de comunidades autónomas han de usar sus varas para mandar y resistir las cornadas del populismo y del antieuropeísmo, que curiosamente apuntan contra la legislación de apoyo a la igualdad de oportunidades. Tener amplitud de miras para comprobar que no les ha ido mal a los países que han apostado por esa vía. El objetivo es avanzar y asumir que las políticas de igualdad no tienen color. Que sacudirse de encima la oposición a la intervención del Estado solo en temas económicos no vale. Que conservadoras como Viviane Reding pelean por todas. Que equivocar el debate en temas como la prostitución, los malos tratos, el aborto o la igualdad de salario nos hace retroceder cuando es preciso estar lo más adelante posible.
Aunque las mujeres tienen ideas políticas diversas, deben sacarle el jugo a esa parte innata o aprendida que las hace diferentes en el quehacer político. De la catarsis actual deben salir reivindicados, según enumera el columnista del Times , la importancia del tacto, de la mirada, de la cercanía. Todo tan propio de las mujeres. Escuchar. Ser un animal social. Sacar a la superficie las cosas importantes. Eso esperamos de ellas.
Delegada de la igualdad y la mujer
SIEMENS, S.A. Oficina Regional Barcelona
Lluis Muntadas, 5
Cornella de Llobregat (Barcelona)
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