21 de agosto de 2011

La “empresaria” de la historia

¿Cristina ha logrado infundirle a la sociedad valores, ideas, percepciones diferentes a las que tenía nuestra sociedad antes de ella? ¿Ha cambiado la historia de los argentinos? 

Georg Hegel acuñó un concepto interesante para definir a aquellos que influyen en la vida de millones y millones de personas. Llamaba “empresarios del espíritu universal” a aquellos sujetos que interpretaban determinado momento histórico pero que también tenían la capacidad y la voluntad de poder moldear los destinos de los pueblos. Imagino que se puede robar esta idea para repensarla bajo la categoría de los Estado-Nación, es decir que se puede hablar de “empresarios del espíritu nacional”, que no son otra cosa que los hacedores de la historia, son esos hombres y mujeres que le imprimen a la comunidad su impronta personal y que quedan en la memoria de los ciudadanos. Es posible que los procesos y las estructuras políticas, económicas y sociales sean determinantes para la construcción de la historia. Sin embargo, como buen humanista que se precie, creo que la centralidad de los hombres y mujeres que conducen esos procesos son capaces de imprimirle su sello a una época. No hubiera sido lo mismo el proceso de industrialización por sustitución de importaciones y la construcción del Estado de Bienestar en la Argentina con o sin la presencia de Juan Domingo Perón o la instauración de la democracia sin Raúl Alfonsín o el desguace del Estado sin Carlos Menem. De la misma manera, estos años que transcurren en la actual encrucijada histórica no tendrían las mismas características si lo condujera alguien diferente a Cristina Fernández de Kirchner.
Hace unos días escribí que las claves para interpretar los tiempos que vienen son una presidenta con:
a) una altísima legitimidad popular,
b)  una profunda vocación transformadora y, al mismo tiempo,
c) con un fuerte apego a los procedimientos institucionales.

Hoy estoy convencido de que la presidenta tiene una posibilidad histórica en sus manos: la de convertirse en la conductora de la síntesis y de la unidad nacional, como ella misma pretende. El 50% de legitimidad popular sobre el cual está sentada, le permita darse algunos lujos que pocos mandatarios pueden darse. Y sobre todo uno: el de la magnanimidad.
Por ejemplo, las patéticas definiciones de Hugo Biolcatti demuestran la chiquitez de sus miras, los ataques y acosos de la oposición y los medios de comunicación hegemónicos, también son una demostración de debilidad de su parte. Con el 50%  del domingo pasado, con el seguro aumento de esas cifras en octubre, la presidenta se puede dar un lujo que pocos líderes políticos se pudieron dar: el de ser magnánima, es decir, tener espíritu de grandeza y demostrar misericordia. Esto implica, claro, ponerse por encima de las divisiones menores y mostrar un espíritu conciliador por encima de aquellos conflictos que a cualquier otra persona la arrastraría a la confrontación.
Desde hace unos meses que la presidenta repite como una letanía el discurso de la unidad nacional sin ser demasiado escuchada por el resto del arco político –a excepción de Jaime Durán Barba, quizás–. El resto de los políticos sigue empecinado en agitar los fantasmas del miedo –a la inseguridad, a las crisis, al autoritarismo, a la hegemonía, a la declinación institucional, etcétera, etcétera– frente a una mujer que le quita el cuerpo a las discusiones inútiles, baja el tono y, por sobre todas las cosas, habla siempre de política.
(Digresión: Los observadores minuciosos deberían tomar nota de algo determinado: cuando la presidenta permite que su humanidad se introduzca entre las grietas de su discurso político, alcanza un nivel de empatía con la sociedad que es, junto a la gestión política, uno de los pilares de su relación con los ciudadanos de a pie. En la combinación de “Estadista” y de “mujer, madre y compañera” es que se ha construido un nuevo arquetipo político que enriquece la relación entre ella y el electorado. Cuando demuestra su humor, por ejemplo, cuando se baja del estrado y no rehúye al contacto cuerpo a cuerpo con sus interpelados, cuando sonríe distendida alcanza récords de seducción al electorado femenino y masculino.



Es más, estoy convencido de que la combinación de su característica autoridad hierática, por momentos, y la liberación de su contenido humano, en otros, hace un combo difícil de superar hoy por hoy por algún otro político).
La pregunta central de esta nota es la siguiente: ¿Es Cristina una empresaria del espíritu nacional? ¿Ha logrado infundirle a la sociedad valores, ideas, percepciones diferentes a las que tenía nuestra sociedad antes de ella? ¿Ha cambiado la presidenta la historia de los argentinos? Quién responda categóricamente estas preguntas, seguramente es un hombre de fe –tanto por la positiva como por la negativa– que no le teme al paso de la historia. Pero lo que sí es cierto es que aquella definición de “batalla cultural” que la presidenta planteó en 2007 produjo, sin dudas, algunas transformaciones importantes: Hoy existen discusiones en el vientre de la sociedad argentina que antes eran inimaginables, se vuelve a discutir de política en las mesas familiares, hay una nueva estima nacional que se diferencia de la tilinguería y el malinchismo tan característicos de la Argentina y, sobre todo, reconcilió a la sociedad con el Estado.
Todavía es muy temprano para saber si existe una cultura –literatura, música, valores, ideales– kirchnerista y es claro que ningún protagonista es conciente nunca de los cambios que está viviendo, pero lo cierto es que después de ocho años de gobierno y a las puertas de otros cuatro años más, hay que por lo menos saber que el período de persistencia colectiva del modelo kirchnerista marcará la historia del siglo XXI. Por qué por ejemplo ¿qué político se animará a desestimar el modelo económico instaurado por los Kirchner? ¿Quién podrá presentarse como la antinomia al exitoso modelo nacional y popular, a estas reglas de juego de producción, acumulación, redistribución y ahorro de riquezas?
Si algo han tenido de crucial las elecciones primarias del domingo pasado no ha sido el abrumador apoyo mayoritario ni, como dicen los voceros de la UCR, el peligro de hegemonía que pone en riesgo la institucionalidad. La cuestión no es numérica ni estadística, la diferencia es cualitativa. La oposición no ha mostrado una idea no digo ya que pretenda ser superadora, no ha conseguido una idea que sea mínimamente competitiva. A lo sumo se presentan como las promesas blancas de lo ya estatuido, lo que hace pensar al electorado en los beneficios de optar por una copia desconocida de un original previsible y ya probado. En el fondo, se trata de desentrañar si detrás de las elecciones del domingo pasado se ha prefigurado ya la hegemonía cultural del kirchnerismo, y si la presidenta se ha convertido definitivamente en una “empresaria espiritual nacional”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario