22 de agosto de 2011

Vall d'Hebron ofrece la primera unidad pública de terapia vaginal

La unidad proporciona recursos a madres que sufren incontinencias mal atendidas hasta ahora

El servicio evalúa a las mujeres que acaban de tener un parto difícil que les puede dejar graves secuelas

Innovaciones en la atención médica de los nacimientos

Más del 80% de las mujeres que acaban de tener un hijo sienten algún malestar, de distinta gravedad, en la zona genital en los meses posteriores al parto. Descenso de la matriz, el recto o la vejiga, dolor al mantener relaciones sexuales y sensación de que no controlan la musculatura que les sostiene la pelvis son algunas de esas secuelas. Mal tratadas, o no atendidas, esas molestias pueden dar lugar, cinco o seis meses después, a un goteo incontrolable de la orina o a una incontinencia fecal y de gases, consecuencias obviamente molestas, deprimentes y limitadoras de la vida cotidiana.



Ningún hospital público de Catalunya se había ocupado hasta ahora de evaluar, cuando acaban de parir y de forma preventiva, a las mujeres que por el tipo de embarazo y las circunstancias del parto que acaban de protagonizar son claras candidatas a sufrir esos malestares. Un equipo de ginecólogos, obstetras y psiquiatras del Hospital Vall d'Hebron, de Barcelona ha creado la primera unidad que cubre ese vacío. Ya han atendido a 110 de las cerca de 2.000 mujeres que han parido en ese centro en lo que va de año. «Hasta ahora, sabíamos que muchísimas mujeres tienen problemas en el suelo pélvico, porque atendemos partos en los que se producen desgarros graves en la vagina o el ano, pero las perdíamos de vista al darles el alta después del nacimiento de su hijo», explica José Luis Sánchez, coordinador de la unidad de disfunción del suelo pélvico posparto de Vall d'Hebron.
Aunque el sufrimiento que causan estas secuelas es notable, el hecho de que, en mayor o menor medida, afecten a una abrumadora mayoría de nuevas madres las convirtió, históricamente, en una especie de peaje femenino consustancial al hecho de ser madre.
«Muchas mujeres que sufren incontinencia fecal no se lo dicen ni a su médico, aunque es un problema con gravísimas consecuencias», explica Sánchez. «Las lesiones del suelo pélvico no matan a nadie, pero es terrible no poder moverte de casa, o sentir vergüenza cada vez que has de salir corriendo para ir al váter -añade-. Nuestras abuelas lo silenciaban, pero no es tolerable seguir ignorando un problema que, además, tiene solución».
PARTOS CON PRISAS / La alegría que le supuso a Maite, enfermera de 44 años, el nacimiento de su hija -una niña conseguida tras costosos intentos de fecundación artificial- se sigue mezclando con las gravísimas secuelas que le dejó el parto. Se prolongó más de 24 horas, en las que apareció una súbita infección abdominal que complicó la posibilidad de hacerle cesárea o adormecerla con una inyección epidural. Duraba tanto que los ginecólogos temían por la salud de la niña, cuyas constantes medían cada 10 minutos con un leve pinchazo en la coronilla.
Esperaron y esperaron a que la vagina de Maite se dilatara, cosa que no sucedió. Finalmente, sin tiempo para esperar ni un segundo más porque el bebé ya no toleraba permanecer sin respiración pulmonar, apareció en la sala de partos un ginecólogo provisto de unos fórceps, una pala articulada que sujetó la cabeza de la nena y tiró súbitamente de ella. «Sufrí más de un desgarro, en la vagina, en el ano y en toda la musculatura de la pelvis», relata Maite. Inmediatamente fue conducida a la unidad del doctor Sánchez. Desde entonces -la niña tiene 18 meses- esta enfermera ha pasado por periodos de incontinencia fecal y de orina, que ha sobrellevado con la constante repetición de unos ejercicios intrauterinos que le han enseñado en Vall d'Hebron. Sigue con flatulencia incontrolada. «Me ha caído la vejiga sobre el útero y retengo la orina sin ser consciente de ello, con riesgo de infección», explica, resumiendo un largo episodio posparto que deberá resolver con una intervención quirúrgica. «Me pondrán unas mallas para que ascienda la vejiga», explica Maite.
«Un nacimiento con fórceps usados con prisas convierte a la parturienta en candidata a recibir tratamiento», afirma el ginecólogo. Cuando el obstetra se ayuda con unas espátulas -grandes cucharas- para abrir una vagina que no se dilata, el riesgo de desgarro es similar, al igual que si el bebé pesa más de cuatro kilos.

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