17 de noviembre de 2011

Día Mundial sin Alcohol


La bebida les despedazó la vida y decidieron reescribirla. Su dura experiencia, cuentan, puede servir para ayudar a evitar que otros caigan en la autodestrucción en la que se vieron inmersas cuando el alcohol se adueñó de su voluntad. Por eso, coincidiendo con el Día Mundial sin Alcohol, las 14 mujeres que ayer, como cada martes, se sentaron en círculo en una sala del centro de atención y seguimiento (CAS) de Horta-Guinardó, en el Carmel, iniciaron la sesión de terapia lanzando un mensaje de prevención a las jóvenes, un colectivo que cada vez bebe más y se inicia antes en el mundo de las drogas.


Precisamente esto es lo que más preocupa a Maria Gràcia Tort, una mujer de 76 años que lleva tres décadas sin probar ni gota de alcohol y que sabe lo que es tocar fondo. «Este CAS estará a rebosar en unos años. No hay conciencia del peligro que supone la cerveza, que se está convirtiendo en un hábito diario en los jóvenes, lo que ni siquiera está mal visto, o la tan vendida cultura del vino, que acabaremos pagando muy cara», considera Maria, que hace algo más de 25 años fundó la Asociación de Alcohólicos Recuperados Teral, que también presta su apoyo a las que acuden a esta terapia. Porque como bien sabe, muchos alcohólicos, superada la dependencia física, continúan teniendo a lo largo de su vida muy latente el trastorno. «A veces he soñado que me tomaba una copa y la sensación de culpabilidad al despertar es horrible», reconoce esta mujer que ha vivido su enfermedad en una época en la que estaba peor visto que las mujeres bebieran.
Falta de apoyo
«Ahora, desgraciadamente en esto, se han igualado los patrones y ellas beben lo mismo o más. Pero antes se nos veía como unas viciosas. Es lo peor que nos podía pasar porque bebíamos en casa, a escondidas, en soledad. El rechazo familiar y social, cuando se conocía el problema, era brutal», cuenta Maria, quien considera que todavía queda un largo camino para que se vea al alcohólico como lo que es, un enfermo.
Junto a Maria, otra de las más activistas de Teral, que también sigue acudiendo al CAS del Carmel, es Luisa Anquela, que cuenta con orgullo el apoyo incondicional que ha tenido siempre por parte de sus hijos y de su marido, que fue quien prácticamente la obligó a ir al médico hace 30 años, el tiempo que lleva sin catar el alcohol. Un apoyo, no obstante, que no es habitual. «En los grupos mixtos es normal que las mujeres acompañen a sus maridos hasta el centro. Ellas, si son las pacientes, suelen venir solas u ocasionalmente con algún hijo», explica la psicóloga de la terapia, Ana María Gil, quien loa las reuniones solo de féminas en tanto dice que los resultados son muy positivos. «A las mujeres les cuesta mucho más admitirlo públicamente, es un fenómeno más escondido, sufren trastornos afectivos, tienen cargas familiares y entre ellas se produce una mayor empatía», prosigue la psicóloga poco antes de leer ante las asistentes a la terapia una carta que ha escrito una de sus pacientes, dirigida a una joven fictica a la que quiere alertar del riesgo de pasarse de la raya: «Si estás triste no bebas porque te pondrás más triste. Si tienes problemas no bebas porque se multiplicarán. En tu vida mandas tú y lo único que quiero es que sea mejor que la mía».
Las pacientes que acuden al CAS de Horta para iniciar un tratamiento de alcoholismo, explica el director del centro, el psiquiatra Jaume Serrano, tienen una media de unos 48 años y habían iniciado el consumo a los 20. Además de la dependencia al alcohol, también se detecta, cada vez más, la ingesta de cannabis y psicofármacos.

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