28 de diciembre de 2011

Un tribunal de El Cairo prohíbe a la Junta Militar practicar esos tests a las mujeres tras la demanda de una mujer de 25 años


Había caído Mubarak, pero las mujeres egipcias seguían en la plaza Tahrir. El 9 de marzo, un día después de la Jornada Mundial de la Mujer, 18 mujeres fueron detenidas, golpeadas y sometidas a descargas eléctricas. A 17 de ellas las sometieron a pruebas de virginidad. Samira Ibrahim, de 25 años, fue la única que alzó la voz.

«En el test de virginidad me obligaron a quitarme la ropa delante de militares. La persona encargada de efectuar la prueba era un oficial, no un doctor. Puso su mano sobre mi durante unos cinco minutos. Me hizo perder la virginidad. Cada vez que pienso en ello me siento fatal. No sé cómo describirlo... mancillar a una mujer de esa forma es una violación, me sentía como si me hubieran violado», declaró entonces Samira.
Nueve meses ha obtenido la recompensa a su empeño. Interpuso dos demandas, una contra uno de las agentes que la violó y otra para prohibir la práctica. Y este martes, un tribunal de El Cairo prohibió a la Junta Militar de Egipto practicar ese tipo de pruebas a las mujeres arrestadas al considerarlo «una violación de los derechos de las mujeres y una agresión contra su dignidad».
«Esta es una batalla de todas las mujeres de Egipto, no solo mía», declaró Samira en la plaza Tahrir, el símbolo de su lucha particular. Afirmó que luchó contra el Ejército en los tribunales para evitar que otras personas sufrieron como ella. «Estaba devastada y triste, no esperaba aquello de los soldados. Lo primero que me dijo mi padre es que solo la ley me ayudaría», recordó.
El padre de Samira, abiertamente islamista, ha sido crucial en su solitario desafío. De él le viene ese ímpetu reivindicativo. Ibrahim Mohamed Mahmud es un veterano activista político, liberado poco antes de que Mubarak fuera derrocado.

Activista política

Samira Ibrahim, antes de su arresto en marzo, trabajaba como gerente en una importante empresa de marketing. Los cuatro días de detención le costaron el puesto de trabajo, que hasta hace un mes aún no había podido recuperar.
Y es que ha sido la única en protestar públicamente. De ella han dicho otras víctimas que es una «verdadera guerrera que realmente ama a su país». Heba Morayef, directora de la ONG «Human Rights Watch» en la oficina de El Cairo, la describía como alguien capaz de «luchar contra el sistema». «Sufrió una violación y quiere justicia», afirmaba.
Samira Ibrahim ha sido detenida en varias ocasiones por su activismo político, la primera vez cuando tenía 16 años. Hace tres, fue expulsada de la universidad por participar en una manifestación del grupo opositor 6 de abril.
Cuando Samira recuerda la detención que provocó su enfrentamiento en los tribunales con el Ejército: «Un militar me acusó de ser una prostituta». La excusa en la que se amparaban los militares para efectuar las pruebas de virginidad. En declaraciones a la CNN, un general egipcio que se amparó en el anonimato se justificaba así: «No son como su hija o la mía, sino muchachas que han compartido tiendas de campaña con manifestantes varones». Hicieron las pruebas, asegura, para que no les pudieran acusar de haberlas violado.
La sonrisa de Samira tras el fallo del tribunal era la sonrisa de la revolución de la plaza de Tahrir.

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