Sarah Glidden (Boston, 1980) pisó por primera vez Israel en el 2007, un país que veía como «antimusulmán, racista y poderoso». Esta joven judía estadounidense, que se autodefine como «progresista y de izquierdas» y que afirma que siempre estuvo a favor de «la causa palestina», decidió viajar hasta allí para ver con sus propios ojos cómo es la situación entre árabes e israelís y plasmarlo en viñetas. El excelente resultado de esa aventura fue Una judía americana perdida en Israel (Norma), su primera novela gráfica, mezcla de cuaderno de viaje y reportaje autobiográfico, con escenas de documentación histórica hábilmente trenzadas entre cada etapa del periplo.
El trabajo, primero autoeditado en forma de minicómics, llamó la atención de la poderosa DC Comics, que la fichó. Luego llegó el Premio Ignatz al mejor nuevo talento.
Influenciada por referentes del cómic autobiográfico como Art Spiegelman y su Maus , la iraní Marjane Satrapi y su Persépolis o Joe Sacco y su estilo de crónica periodística, la autora corroboraba hace unos días en Barcelona la crisis emocional y la «montaña rusa personal» sufrida durante el viaje y que tan lúcidamente plasma en el álbum.
«El conocer nuevos puntos de vista sobre el conflicto que no había tenido en cuenta me hizo dudar de mis convicciones –confiesa–. Me creó mucha confusión entender ciertos comportamientos que al mismo tiempo rechazaba. O entender que el Muro significa para los judíos una garantía de seguridad porque ha reducido enormemente los atentados [en el cómic apunta que «han pasado de dos a la semana a cuatro al año»] y en cambio para los palestinos es un símbolo de opresión que les complica el poder trabajar y les mantiene encerrados». «Además –añade–, no sabía si me estaban manipulando».
Glidden alude al programa Derecho de nacimiento, que desde el 2000 ofrece a jóvenes judíos de todo el mundo un viaje turístico gratis para conocer Israel, y al cual ella se apuntó convencida de que era un elemento de «propaganda» y adoctrinamiento proisraelí.
Impactada por las ruinas de casas palestinas derribadas por Israel, lo que más acabó sorprendiendo a la dibujante fue darse cuenta de lo fácil que le resultó acostumbrarse a «cosas que no son normales», como «ver continuamente soldados de 17 años con armas o entrar en un restaurante y que un guardia armado te registre el bolso».
La autora, que se arrepiente de no haber ido a los territorios palestinos «por miedo» (aunque el mes que viene asistirá a una conferencia en Cisjordania) y está convencida de que le queda mucho que entender, opina que el conflicto no es una cuestión de buenos y malos y que «la base de la paz está en que ambos bandos entiendan que el otro también ha sido víctima y está sufriendo».
CORRUPCIÓN / Cual fresco del país, en los diálogos del cómic se suceden comentarios reales de israelís como «acepto a los palestinos pero no me fío de ellos» o «los árabes israelís son ciudadanos de segunda... ¡Bueno, más bien de tercera o cuarta! (...) Los colonos están fuera de control y el Gobierno no se atreve a plantarles cara. El Gobierno es corrupto. A veces no permiten que los palestinos tengan acceso a medicamentos básicos de los que dependen sus vidas».
En el 2004, un año después del inicio de la guerra de Irak, Glidden, «desencantada con Bush e impotente ante lo que se estaba haciendo en nombre de los ciudadanos americanos», huyó a la que en el cómic llama «España socialista democrática» y pasó un tiempo en Barcelona.
Bebiendo de los consejos de Joe Sacco (Gorazde, Notas al pie de Gaza...) ahora está entregada al periodismo gráfico. Tras viajar con un grupo de reporteros ya prepara un nuevo, y prometedor, cómic sobre refugiados iraquís en Siria, un tema sobre el que ya tiene algunas muestras colgadas en internet.
Delegada de la igualdad y la mujer
SIEMENS, S.A. Oficina Regional Barcelona
Lluis Muntadas, 5
Cornella de Llobregat (Barcelona)
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