26 de julio de 2011

Un nuevo mantra discutivo y discutible

La famosa productividad, el nuevo mantra para la posible salida de la crisis, es un concepto discutible, discutido y con orígenes intelectuales no muy confortables. El concepto de productividad transmite la idea de que el rendimiento de un trabajador es una cuestión técnica, cuando, en gran parte, el comportamiento productivo depende del trato recibido.
Profesor de Economía de la Universitat de Vic.
 Doctor en Ciencias Económicas por la UB. Sus investigaciones se han centrado en los modelos del mercado laboral y la estructura salarial. 

La cancellera de Alemania insta a los países europeos del sur a trabajar más. Los datos recientes de la OCDE ( Employment and Labour Market Statistics ) muestran que la jornada media anual en España fue un 19% superior a la alemana en el 2009. También muestran que esta diferencia se ha movido entre el 14,5% y el 19% desde el 2002. Además, la jornada media se ha reducido un 3,9% desde esa fecha, en los dos países. El presidente de la patronal española, Joan Rosell, exclama y los periódicos reproducen literalmente: «Los empresarios tienen auténtico pánico a contratar». Los datos muestran que en este pasado mes de junio se firmaron 1.312.884 contratos, más de 43.700 al día. Además, durante todo el 2010, se firmaron 14.421.063, con una media mensual de más de 1,2 millones.
 Ambos mensajes tienen el mismo origen intelectual, económico, teórico. Los trabajadores son los auténticos responsables de su situación. Nadie más tiene la responsabilidad. El fundamento teórico es la famosa productividad, el nuevo mantra para la posible salida de la crisis. Un concepto discutible, discutido y con orígenes intelectuales no muy confortables. Alfred Marshall, padre de la economía neoclásica y autor del manual de economía que dominó el desarrollo de la materia durante gran parte del siglo XX, escribió sobre la teoría de la productividad marginal en sus Principles : «Esta doctrina a veces se presenta como una teoría de los salarios, pero no hay razón válida que justifique esta pretensión. La doctrina de que los ingresos de un trabajador deben ser iguales al producto neto de su trabajo, no tiene sentido en sí misma, dado que para estimar el producto neto se deben dar por supuestos todos los gastos de la producción de la mercancía». Lo que apuntaba Marshall y continúa teniendo relevancia es que la productividad neta o marginal, no depende solo del comportamiento del trabajador, sino, y sobre todo, de los equipamientos con los que trabaja y de la organización del proceso productivo, sobre los que difícilmente puede tener algún tipo de control.
 R. Solow, premio Nobel de Economía, se preguntaba en 1986 en un artículo clarificador ( Unemployment: Getting the questions right ): “¿Qué significa que el elevado desempleo sea causado por un salario real demasiado elevado? ¿No son el salario real y el desempleo variables endógenas en cualquier representación razonable de una economía capitalista moderna?»
 El concepto de productividad transmite la idea de que el rendimiento de un trabajador es una cuestión técnica. Que hay una manera neutral , no conflictiva, de calcular la contribución del trabajo al proceso productivo. Si así fuera, la determinación de los términos de la relación laboral sería una cuestión de sumas y restas. Nada más lejos de la realidad. En gran parte, el comportamiento productivo depende del trato recibido. Un asunto técnico se resuelve, se arregla. Un conflicto de intereses siempre está latente. Se negocia un acuerdo que permita al sistema funcionar, dado que todos los agentes implicados tienen un interés común en que así sea. La modificación de los términos del acuerdo se produce por dos razones: por un cambio en las condiciones externas en que se negoció o por un cambio en la correlación de fuerzas y cuando una de las partes puede llevar sus intereses más lejos, a costa de los intereses contrarios. Estas dos razones van unidas y son difíciles de discernir.

Fracaso de la reforma laboral
 Desde la década de los años 80, las reformas laborales han sido tema tópico y habitual. Inicialmente, el objetivo que se explicitaba era flexibilizar el mercado de trabajo. Esto impulsó la introducción de los contratos temporales. Así, argumentaba, las empresas dispondrían de un marco más flexible y adaptable ante los cambios en los mercados. Ahora el problema es que el 30% de los asalariados tienen contratos temporales y que estos son más del 90% de los contratos que se firman mensualmente. Hay cierto consenso de que la última reforma aprobada el año pasado ha fracasado. Para algunos, el diagnóstico es que la reforma fue demasiado tímida. Ya hay un coro de expertos a favor del contrato único con indemnización creciente. Ahora el argumento es que el 70% de los trabajadores con contratos indefinidos y protegidos por un elevado coste del despido son el problema. Se argumenta que esta excesiva protección es una injusticia y es insolidaria con respecto a los jóvenes y las mujeres, que son los principales sujetos de los contratos temporales. Por un lado, parece que estos jóvenes no tengan padres y estas mujeres no tengan parejas. Por otro lado, curiosa visión de la justicia que aboga por empeorar la situación de todos para acabar con la injusticia. Por último, los efectos de la precariedad sobre el consumo y la demanda, ¿dónde quedan? La filosofía de facilitar el despido para aumentar el empleo es falaz. Solo se crea empleo con crecimiento e inversión. Cambiar las reglas del mercado para mejorar el reparto no es la solución. El discurso de la confianza significa desequilibrar las fuerzas, reducir derechos para los trabajadores y mejorar los de las empresas para ver si se animan a invertir.
  

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