26 de julio de 2011

A vueltas con la productividad

La productividad del trabajo en España aumentó en los años de bonanza a una tasa de crecimiento del 0,54%, muy inferior al promedio de la UE y muy lejos de la de Suecia o Alemania.

Profesor de la Facultad de Economía IQS. Universitat Ramon Llull
 Doctor en Economía y Finanzas. Coordinador del Máster en Gestión de Empresas Industriales.



 
Nuestra economía necesita crecer. Parece una frase obvia, pero no tan obvia es la respuesta sobre qué hacer para conseguirlo. Como en tantas y tantas situaciones de la vida cotidiana, es en los momentos difíciles cuando uno se plantea las preguntas relevantes. En los momentos dorados de crecimiento ininterrumpido de la economía española era más habitual encontrar debates sobre cuál sería el próximo país a adelantar que sobre la solidez de los cimientos en que estaba basado nuestro crecimiento. La cruda realidad del momento presente y las pésimas perspectivas futuras han representado un duro despertar de aquel sueño de antaño. Cualquier economía, y la nuestra mucho más, necesita generar crecimiento económico para disminuir los niveles de desempleo, sanear sus cuentas públicas y generar credibilidad exterior. Pero si en el pasado reciente fuimos capaces de conseguirlo, qué debemos hacer para volver a repetir la exitosa experiencia. Lamentablemente, ni la experiencia fue tan exitosa ni las perspectivas apuntan a un retorno cercano a aquella situación.
 Veamos algunos datos objetivos. La economía española creció ininterrumpidamente entre los años 1995 y el 2007 a un ritmo promedio del 3,5%, por encima del registrado por nuestros vecinos europeos. Adicionalmente, el PIB per cápita español, es decir el cociente entre producto generado y la población, aumentaba a una tasa anual promedio del 2,4% con el consiguiente aumento de la convergencia respecto a los países más desarrollados de la Unión Europea. Cerca de 15 años de crecimiento interrumpido son un periodo suficientemente largo de tiempo como para analizar cuáles eran las bases que lo sustentaban, si resulta adecuado recuperar ese modelo, o si, por el contrario, aquellos lodos de antaño pesan como una losa para una recuperación futura que todos ansiamos.
 Reflexionemos un minuto, a nivel teórico, sobre cuáles son los motores que provocan que las economías crezcan. Explicado de una forma sencilla, y omitiendo muchas salvedades técnicas, si para producir bienes y servicios es necesario trabajo y capital, sin ser una relación de causa-efecto lineal, un incremento de la actividad puede venir motivada por un aumento del trabajo, por un aumento del capital -incrementos cuantitativos- o por un mejor aprovechamiento del trabajo y/o del capital -incrementos cualitativos-, aspecto, este último, que nos acerca al concepto de productividad.
 Pues bien, una de las características del último periodo de crecimiento de la economía española fue que vino acompañada de un incremento del empleo extremadamente elevado. Según el INE, la población ocupada aumentó de 12,5 millones en 1995 a 20,3 millones en el 2007. Curiosamente, y aquí es posible que alguien se sorprenda, el promedio de horas trabajadas por trabajador disminuyó de 1.733 horas al año en 1995 a 1.636 en el 2007 (por cierto, estas cifras son superiores -siempre según la fuente de EU-Klems- a las registradas en Alemania, que se situaban en 1.431 horas al año por trabajador en el 2007). El efecto combinado de ambas trayectorias -muchos más trabajadores y menos horas por trabajador- fue un incremento del número total de horas trabajadas en España, que, en el periodo analizado, aumentó a un ritmo anual promedio de alrededor del 3%.
 Así pues, centrándonos en la evolución del factor trabajo y dejando para otra ocasión la productividad del factor capital o la productividad total de los factores, parece claro que la aportación al crecimiento fue mayoritariamente de carácter cuantitativo (más horas de trabajo adicional) que de carácter cualitativo (mejor aprovechamiento de las horas trabajadas). En efecto, según el informe Crecimiento y competitividad: trayectoria y perspectivas de la economía español a, de la Fundación BBVA, la productividad del trabajo en España -entendida como el cociente entre valor añadido bruto de la economía y las horas trabajadas- aumentó, en los años de expansión económica, a una tasa de crecimiento promedio del 0,54%; muy inferior al promedio de la UE (1,41%); muy lejos del 2,35% de Suecia o del 1,72% de Alemania, y tan solo superior al registro del 0,42% observado en Italia.
 Una de las causas de este bajo crecimiento de la productividad podría encontrarse en la estructura sectorial de la economía española. Aunque sea por motivos distintos, tanto en los países poco desarrollados como en los avanzados, la industria muestra una mayor capacidad de mejora en la productividad que los servicios y la construcción. Las mejoras en productividad en el sector servicios acostumbran a ir relacionadas con el uso de nuevas tecnologías, pero, a la vez, se ven frenadas por la existencia de menor competencia y de mayor regulación en dicho sector.
 Por otro lado, el sector de la construcción tradicionalmente se asocia con actividades con un limitado valor añadido incorporado. Sin lugar a dudas, la estructura sectorial de nuestro país, con una ocupación en el sector de la construcción que crecía a un ritmo anual del 7% en los años de expansión económica, y el elevado peso del sector servicios, con una participación en la ocupación superior a los dos tercios, no favorecieron la evolución global de la productividad agregada de la economía.


Carencias estructurales
 Pero el lento avance de la productividad en el periodo expansivo no fue exclusivo de la construcción y los servicios, sino que fue generalizable al conjunto de la economía. Y este resultado ya empieza a ser más preocupante, puesto que puede ser reflejo de carencias estructurales de mayor calado en la economía española vinculadas con la asignación de factores productivos, con la rigidez del mercado de trabajo y con el nivel de capital humano disponible. De alguna forma, asusta pensar que si los años de expansión no fueron aprovechados para mejorar ostensiblemente la asignación de los recursos productivos, ni para orientar la producción hacia sectores con alto valor añadido, ni para realizar un salto cualitativo en el nivel de formación de los trabajadores, puede resultar bastante improbable realizar estas tareas en periodos de recesión y de ajuste presupuestario como el actual.
 En este baño de cifras y conceptos del artículo, cabría añadir el ilusorio dato que refleja que la productividad del trabajo ha mejorado en los últimos tres años, con unas tasas de crecimiento anual del 1,71% frente al 0,54% citado anteriormente. Lamentablemente, esta ha sido una vía de mejora no deseada que viene motivada, en su práctica totalidad, por la destrucción masiva de puestos de trabajo. Queda para los futurólogos responder a las preguntas de, primero, saber cuándo entraremos de nuevo en un ciclo expansivo y, segundo, y más importante, cuándo aprenderemos a utilizar los ciclos económicos expansivos para realizar los deberes en vez de dormir en los laureles.
  

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